jueves, 16 de febrero de 2017

ABUELO

Tres o cuatro veces por semana acudía yo al asilo a visitar a mi abuelo y a leerle libros y cartas. No estaba ciego pero ya no podía leer.Mis padres ya no se ocupaban de conseguirle anteojos para la lectura. "No los necesita" me decían, Lo que más me gustaba de mi asistencia era leerle libros y coincidir con la visita de una novia llamada Marta, que lo frecuentaba todos los sábados.Era menos vieja que mi abuelo y mucho más jovial.
La vieja sonreía como una mujer joven
 y colocaba su mano sobre el brazo de mi abuelo sintiéndose apoyada. Yo disfrutaba de ver cómo él asentía cada intervención de ella, que buscaba de reojo su aplauso. Ella vivía con una hija y dormía en un sillón del living que no abrían hasta que se acostaban hartos de mirar la tele.
--Yo lo que quiero es vivir, respirar--comentaba la vieja--.No estar callada mirando cómo miran el televisor ni pendiente de si la cara de quien me alimenta es mala o buena. Yo quiero reírme a carcajadas antes de que me metan al cajón.
Los viejos estaban realmente enamorados y eso los mantenía lúcidos. Mis padres no le permitían que se casara porque desconfiaban de la mujer. A su vez , la hija de la novia de mi abuelo argumentaba que si se casaban iban a perder las pensiones.
Un verano la vieja se fue con su hija a San Pedro se Colalao, pero le enviaba cartas a mi abuelo, como si lo visitase, una vez por semana.Yo , a pedido de él, se las leía los sábados como si efectivamente se tratara de una visita de la mujer.Sus cartas eran gorjeantes como ella y con mi abuelo nos la imaginábamos gesticular y reir. En marzo mi abuelo recibió una carta con otra letra. Se la leí el sábado siguiente. Firmaba la hija de la vieja y comunicaba que su madre había muerto de repente y había dejado para mi abuelo unos papeles atados con una cinta y una foto , que pronto mandaría por encomienda.El llanto en que rompió mi abuelo. el inmediato desinterés por todo, los sollozos de niño, que traté de calmar como él lo hiciera cuarenta años atrás conmigo, me hicieron cerciorar que el dolor humano tiene infinitas formas, puede llegar a cualquier edad, puede aproximarse sin anuncio previo. Abracé a mi abuelo como si él fuera un niño y yo un viejo. A los pocos días quedó ciego.Al mes,senil.Después ya no era mi abuelo.Lo que queda de él hoy tiene 94 años
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NIETO

En ocasiones me despierto sobresaltado en medio de la noche. Como regresando de una pesadilla.Supongo que pareceré agitado.Cuando recobro lucidez en lo primero que pienso es en él.Después, después... recién ahí se me figuran las deudas y los dolores. Imagino sus ojos y su mirada y más tarde sueño con tal imaginación. Su mirada es una caricia con un énfasis de encanto. Pensar que pude vivir casi cincuenta años sin esa mirada y sin esos ojos.De alguna forma él me ayuda a mover las piernas, a sentarme, a acomodarme en la cama..Algunas cosas del pasado han desaparecido pero otras nuevas se han instalado sin la más mínima participación de mi voluntad, como esos ojos y esa mirada que de cierto modo salvan a uno. El recuerdo nomas de los ojos y la mirada ya comienzan con el rescate.Seguramente el me ayuda a mover mi mano izquierda. A veces una felicidad que se obtiene puede compensar varias desdichas. Algunas noches viene a visitarme en el sueño.Y es ahí donde él, tan pequeño, se transforma en cómplice y me ayuda un poquito a usar el corazón.

martes, 14 de febrero de 2017

HERMANO

Cuando ingresé a la Casa Quinta divisé a mi hermano Abel recostado en una reposera con una copa de champán en la mano. Estaba rodeado de otros muchachos menores que él. Algunas mujeres muy jóvenes también estaban ahí. Todas eran hermosas. Fumaban porro y escuchaban Aerosmith. Mi hermano les indicaba a los presentes que si estaban muy ebrios no nadaran en la parte profunda de la piscina. Un grupo lo rodeaba y él les contaba un cuento con esa capacidad envidiable de crear historias. Mezclaba Funes el memorioso con algunos relatos que me parecían de Osvaldo Soriano. Increíblemente lo escuchaban con estúpida atención mientras fumaban, bebían champán y nadaban. Me senté en una reposera tipo cama, esas que hay en algunos balnearios de la costa. En el suelo había una minúscula bombacha, unos discos de vinilo, botellas vacías por todo el césped y un par de preservativos usados. Al lado de la piscina una chopera de cerveza artesanal ya vacía y un barril grande con hielo y botellas de champán y vino aún sin abrir. Mi hermano me observó llegar y me saludó con la cabeza. Se alegró notablemente mientras seguía con su narración. Hacía más de un mes que no me veía. De a ratos buceaba entre distintos géneros, cambiaba la estética del relato y lo hacía más referencial. Imaginé que lo hacía porque yo había llegado a la casa. Le ponía su impronta a la exposición, subía con Conti y Walsh hasta la quema de libros en la época de la dictadura. Sentí un poco de pena que quisiera lucirse ante mí.
El éxtasis de la narración es un momento pequeño extraído del tiempo, algo que se suspende en la eternidad. Obvio que algunos de los chicos no entendían de esto y cada tanto nadaban o iban a buscar bebida. Dos mujeres estaban cerca de mi hermano. Percibí que una de ellas era su mujer, por lo menos ése día.
El atardecer parecía alargarse y se demoraba acompasando el relato. Me sobresalté al ver un auto de policía detenido afuera de la casa quinta. Dos oficiales observaron entre los ligustros y al constatar que todo estaba en orden continuaron su marcha. El ruido de la música no era alto para que se pudiera escuchar la narración y además no eran altas horas de la madrugada. Es más, aún no era noche. La claridad se tomaba su tiempo para desaparecer. Todo era lento, difuso como si un viento hiciera transcurrir todo en cámara lenta. Me preguntaba en esos momentos si era oportuno levantarme, acercarme y matar a mi hermano, pero empezaron a cantarle el cumpleaños feliz. Esa cursilería me detuvo, pero aproveché para tratar de juntar odio. Mi hermano besó apasionadamente a la que me parecía era su mujer. Pero luego besó a otra más. Nadie pareció sorprenderse y algunos comenzaron a encender velitas. Aparecieron del interior de la casa dos mujeres en trajes de baño y pareos con una enorme torta de cumpleaños con el número 40 bien grande  y todos pasaron de la lentitud a la euforia. Decidí entonces esperar a que termine la ceremonia de la torta y entonces hablar con mi hermano adentro de la casa.
Un frío pequeño hizo que me metiera en la casa. La enorme cocina estaba desordenada aunque no había nada para comer. Sólo cajas de pizzas vacías y latas de energizantes. Lo único comestible estaba afuera y era la torta. Una mujer muy joven me preguntó precisamente si quería comer una porción. No le contesté. No podía emitir palabras. Con la mirada me preguntó si quería pasar a alguno de los cuartos. Con la mirada le respondí que no. Desde el patio comenzó a entrar la música nuevamente. Alguien puso Fito Paez, uno de sus discos famosos y movidos. En ese momento visualicé la muerte de mi hermano.
La mente es un laberinto lleno de misterios. Algunos  indescifrables. En ese instante recordé cuando mi viejo nos llevó al médico a los dos, hacía como treinta años. A mi hermano por una angina y a mí por un dolor de oídos acompañado de zumbidos. Aquél día mi hermano se burló de mi dolor. Odié a mi padre por habernos llevado a los dos juntos. El zumbido nunca se fue del todo. A veces reaparece.
Las palabras de Ponce me zumbaban en ese momento adentro de la cabeza. Yo le había dicho a este contador de la fábrica que mi hermano era además mi amigo. Siempre lo fue, le dije. Siempre lo será. No me pudo haber cagado. Los amigos no te cagan. Ponce había coincidido conmigo. Eso es cierto, tu mujer te puede cagar, tu jefe. Tus empleados te pueden cagar, tu socio. Pero un amigo no. Esas fueron las palabras de Ponce.
La joven que me había ofrecido torta me habló nuevamente. Esta vez con el escote agrandado y con la mirada más insinuante. –Dice tu hermano que me lleves a uno de los cuartos y veas lo que te estabas perdiendo.
Me vi reflejado en el espejo de sus ojos claros. Tan bella y tan joven era esta mujer. Quizás menos de veinte años. Pude por fin hablar. -Si mi hermano terminó de contar su cuento, ¿le podes decir que venga? Tantee el arma en mi espalda, cerca de la cintura. Ahí estaba el matagato calibre 22, sólo con dos balas. Nunca  imaginé que la hipocresía habitara en mi hermano. Jamás. Y no podía tolerarlo. Conjeturé que con tanta inteligencia y tanta capacidad de hacer historias, tendría que haberse tomado el trabajo de planificar la mentira. Tendría que haber previsto las consecuencias. No podía yo soportar tanto desdén y desinterés por parte de mi amigo y hermano. Más me dolía que me haya tomado de imbécil, que se haya apoderado de cosas mías. Si te cagó nunca fue tu amigo, dijo Ponce. Fue tu hermano nomás.
La otra vez que fuimos juntos al médico fue durante el trasplante. Fuimos a una clínica en realidad. Un riñón mío era el único compatible con el organismo de Abel. Si bien había tiempo para seguir esperando un donante, al cumplir mi mayoría de edad decidí ahorrarle sufrimientos a mi querido amigo y hermano y le obsequié mi órgano. Realmente no me costó nada. Hasta me pareció un ejercicio del deber ser, aunque muchos lo vieron como un gesto altruista de mi parte. La operación fue un éxito y los dos vivimos perfectamente con un riñón cada uno. Incluso jugando en el mismo equipo de rugby.
-“Te voy a hacer ver algo pichón. Dijo mi hermano mientras ingresaba en la cocina”. Estaba hermoso, apuesto, la piel bronceada. Fuimos al living y me mostró un cuadro de una mujer desnuda. Me quedé unos minutos observando la obra de arte y luego a mi hermano. Algo quería decirme…
-¿Sabés quién es, pichón?
- Parece la mina que está afuera. Es muy bella.
- ¡Exactamente!. Es mi mujer. Pero eso no es todo. No te fijaste atrás del cuadro. Mirá: Firmado por Jan Van Steen, pintor holandés. Este cuadro está valuado en diez mil euros.
- Siempre me pregunté eso. El momento en que uno se hace boludo. El día en que el rico comienza a delirar. Porque ahora nosotros somos ricos. Èramos gente normal…íbamos al Colegio Privado con gente casi normal como nosotros. Vacaciones en las sierras de Córdoba. A veces viajábamos en avión. Jugábamos al rugby…pero uno empieza a ganar guita y se trastoca. Hace estas fiestas por ejemplo. Se hace el Borges.  La gente normal no hace estas fiestas, en serio. No tiene un cuadro de la jermu en bolas pintado por un pintor holandés. Ah…y valuado en diez mil euros. ¿Cuánto habrá que ganar para convertirse en pelotudo?¿Un millón?
-¿Qué pasa hermano? Algunos no hacen pintar cuadros, es cierto. No tienen esa sensibilidad…Algunos se compran una 4 x 4, como vos. Debe costar lo mismo que el cuadro más o menos. Pero cada día va perdiendo valor. Los cuadros, por el contrario, aumentan con el paso del tiempo.
- Estuvimos haciendo el balance con Ponce. Vi la transferencia de Sime S.A. la empresa que tenía el viejo. Siete palos. Mitad para cada uno. Pero lo llamativo es que esa transferencia se hizo hace 4 años. Te gastaste tu guita y la mía…Vi además que te declaraste en quiebra. Por lo menos, tu parte…O sea no tenés un mango. Mi plata tampoco la tenés supongo. Me cagaste, parece.
-Todos nos parecemos un poco a la imagen que tienen de nosotros. Pero, también, digo… todo se puede solucionar.
En ese momento le mostré el arma a mi hermano. El se rió. Sentí un poco de lástima pero de todas formas gatillé dos veces. Sólo una de las balas impactó en su frente, muy arriba. La otra pegó en la pared. Casi no hubo ruido. Ninguno de los presentes escuchó las detonaciones del arma ridícula. Mi hermano se tocó la frente y emitió un sonido extraño. Me miró incrédulo. Luego imploró ayuda con la mirada. Finalmente cayó desplomado en la alfombra roja. No vi tanta sangre. Tampoco percibí olor a pólvora. Solamente observé que se movía. Eso me tranquilizó. Quería que terminara de morir afuera de la casa.
Mientras todos reían y bailaban “A rodar la vida” de Fito Paez, ingresé la camioneta y cargué a mi hermano en el asiento del acompañante. En menos de diez minutos llegamos al descampado por donde el camino de tierra se cruza con las vías del tren. Ahí lo dejé cubierto con unas ramas y una frazada que había preparado para la ocasión. Regresé a la casa a buscar cigarrillos, pero no encontré. La mujer joven que se me había ofrecido junto con la porción de torta me dio unos porros y un encendedor. Aproveché para decirle nuevamente que le dijera a mi hermano que yo lo esperaba en la cocina. Salí al patio y a dos o tres más les pregunté por mi hermano. Un muchacho, el menos ebrio, me dijo que quizás había ido a comprar algo al pueblo.
Retorné a toda prisa en medio de la noche al lugar donde esperaba mi hermano, o su cuerpo. Yo rogaba que aún estuviera vivo. Lo arrastré hasta las vías y lo tendí convenientemente. Recién en ese momento pude relajarme y me fumé uno de los porros como se fuma un cigarrillo. Al rato el tren lo dejó sin cara, que era lo que yo quería.
Retorné una vez más a la casa y esta vez consideré apropiado poseer a la mujer que me había ofrecido la torta y su cuerpo. Bebí, fumé otro porro y me dormí junto a ella.
A la mañana siguiente muy temprano, la policía irrumpió en la casa. Eran varios oficiales pero pude reconocer a los dos que el día anterior habían mirado a través de los ligustros. Justo esos dos fueron los que vinieron a detenerme.
-¿Qué pasa Caín?¿Qué pasa? Escuché hablar a la joven mujer mientras me esposaban y me leían los derechos.